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“LOOM” — Duelo, memoria y un futuro cercano que ya se siente presente

“LOOM” comienza con una imagen impecable: el casco LOOM.io, un dispositivo retrofuturista tangible, más construido que diseñado por ordenador. Ese primer plano deja clara la intención de la película: estamos ante una ciencia ficción anclada en lo físico, en el peso y en la memoria. A partir de ahí, el guionista y director Jesse Cook III nos guía por el mundo interior de Norah, quien recibe un archivo de datos con los recuerdos de un ser querido fallecido, y los revive mediante ese dispositivo emparejado. No revelaremos los giros argumentales —la película debe experimentarse sin filtros—, pero su mirada está enfocada en cómo recordamos, no solo qué recordamos.

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Lo que hace especial a LOOM es cómo su filosofía de diseño se convierte en narrativa. Cook y su equipo buscaron un equilibrio entre el maximalismo y el minimalismo: el propio casco LOOM.io es deliberadamente maximalista —fabricado con elementos físicos, iluminado desde dentro, con detalles magnéticos—, mientras que el entorno que lo rodea elimina todo rastro de tecnología cotidiana. No hay teléfonos, portátiles ni televisores; tampoco existen palabras como Bluetooth o nube. En su lugar, la conectividad se integra en la vida misma. Esta sustracción convierte el futuro cercano en algo creíble y natural, un pequeño salto adelante en nuestro propio presente.

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Visualmente, la película es un placer. El director de fotografía Douglas Gordon compone planos limpios, de líneas arquitectónicas, dejando que la imagen respire. El bokeh es precioso: un enfoque selectivo nítido y elegante que convierte los espacios interiores de Norah en cámaras luminosas de memoria. Los movimientos de cámara son seguros, medidos y siempre con intención. La iluminación, apoyada en tubos de luz integrados en la escenografía, está controlada al milímetro y aporta un brillo futurista sin perder calidez. En pocas palabras: la fotografía es sobresaliente.

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El diseño de producción, a cargo de Jennifer Driscoll, amplía esa sensación de interioridad: vegetación, materiales naturales y divisiones espaciales traen la vida exterior dentro del hogar, marcando los límites entre trabajo y vida personal, rutina y recuerdo. La diseñadora de vestuario Nicole Cook entrelaza pasado, presente y futuro con siluetas nostálgicas y limpias, logrando que los personajes literalmente lleven el tiempo sobre sus cuerpos. El resultado es un universo coherente donde cada departamento cuenta la misma historia: la conexión es total, pero el contacto humano se desvanece.

El sonido es donde LOOM se vuelve íntima. La mezcla es nítida y precisa; los diálogos suenan claros, las atmósferas están presentes sin invadir, y la música de Stephen C. Schmidt adopta un tono electrónico elegante con matices de los años 80 —melódica, equilibrada y emocionalmente afinada—. El asistente operativo “Louie” (voz de John Alan Segalla) está procesado para sentirse dentro del oído, acercando al espectador a la experiencia de Norah: escuchamos el mundo exactamente como ella. Algunas interferencias o “glitches” aparecen a lo largo del metraje; lejos de distraer, refuerzan la idea de que la memoria no es perfecta, sino un tejido con costuras visibles.

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En el centro de todo están Danielle Kellermann (Norah) y John Thomas Potvin (Jude), que aportan humanidad a este universo tecnológico. Su química es sutil, verdadera; los silencios y miradas dicen tanto como las palabras. Kellermann encarna el duelo con contención, permitiendo que la tecnología se convierta en un espejo emocional. Sarah Elizabeth Bedard (Dr. Holden) aporta calidez profesional, mientras que Louie se siente más que una voz: es cuidador, archivo y fantasma a la vez.

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El montaje de Jesse Dampolo mantiene un ritmo sereno pero firme. Los cortes llegan cuando la emoción cambia, no cuando el guion lo exige, lo que encaja a la perfección en una historia sobre recuerdos y reconexión. Cuando el film abraza plenamente su naturaleza de ciencia ficción, los efectos visuales y los elementos prácticos se integran con confianza —una ejecución impecable al servicio del relato.

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Bajo todo este cuidado técnico hay una pregunta que perdura: Cuando perdemos a alguien, ¿realmente se va? LOOM comprende que el medio para recordar está cambiando: de álbumes fotográficos a vídeos en alta resolución, de copias físicas a implantes de memoria. Y se atreve a preguntarse cómo esa evolución transforma el duelo, la sanación y la despedida. Cook dirige con seguridad; se percibe una visión clara y un equipo completamente sincronizado.

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Salimos de LOOM con la certeza de que es una película que debe verse en una sala de cine. Su textura, su mezcla de sonido y su fotografía exigen una pantalla grande y atención plena. También deja claro que Jesse Cook III tiene todo lo necesario para llegar a los grandes certámenes. La técnica está, la sensibilidad también, pero sobre todo, el corazón humano detrás de la tecnología.

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LOOM se proyectará en el Los Angeles Fantasia Film Festival, del 20 al 21 de noviembre. Una cita imprescindible.

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Aviso legal: 

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Todas las imágenes, clips y materiales mencionados pertenecen exclusivamente a los realizadores, productores y titulares de derechos de “LOOM”. Esta reseña refleja únicamente las opiniones personales y profesionales de Darwin Reina, y se publica con fines críticos y periodísticos.

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Reseña de la película: LOOM por Darwin Reina

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